Cuatro fueron los primeros labradores que dejaron de lado sus prejuicios y plantaron por primera vez en Carrizo de la Ribera el cultivo que iba a convertir a este pequeño municipio (2.400 habitantes) en el centro de una industria que hoy proporciona el ingrediente clave a más de la mitad de la cerveza que se fabrica en España.

El lúpulo, aquella pintoresca especie que había que enroscar en un poste para que creciera en espiral hasta los seis metros de altura, no fue bien recibido en todas partes. Suponía abandonar los cultivos tradicionales —remolacha, maíz, patata— y apostar por algo completamente desconocido.

Orígenes

“Recuerdo que mi padre no quiso plantarlo al principio; no se fiaba de que funcionara bien”, dice Bernardo González, agricultor de 76 años. Su familia no tenía grandes extensiones de tierra; había que ser conservador. Para cuando quedó claro que una hectárea de lúpulo rendía más del doble que cualquier otra cosa, era tarde. “Había cupos y no conseguimos que nos dieran esquejes hasta principios de los años setenta”, rememora.

Hoy salen de la Ribera del Órbigo el 99% de las 1.129 toneladas de lúpulo que produce España cada año. Y prácticamente todo —salvo pequeñas cantidades para cosméticos— va directo a la industria cervecera. No se exporta ni un kilo; de hecho, hay que importar.

“El cultivo actual no cubre las necesidades de producción de cerveza”, dice Jacobo Olalla, director general de Cerveceros de España. No solo por la cantidad; también por la variedad que se cultiva mayoritariamente en León, llamada Nugget y que los expertos clasifican como superamarga.

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“Los maestros cerveceros piden distintas variedades, no solo las amargas, sino también las más aromáticas. El secreto de cada receta está en la variedad de cebada y en el lúpulo, y se busca la especificidad y la singularidad. Tendríamos capacidad para comprar más si hubiera más variedades disponibles”, explica.

Con los años, el lúpulo se convirtió en un auténtico motor del desarrollo de una comarca eminentemente rural que sufrió como pocas la despoblación. Los que se quedaron vivieron algo mejor gracias al lúpulo. Los que se marcharon, acudían puntuales a dos citas para echar una mano a sus familias: la matanza del cerdo en invierno y la cosecha del lúpulo a final del verano.

Factor socioeconómico

“Al lúpulo se le conocía como el oro verde. Es un factor socioeconómico muy importante en la zona. Los pueblos que lo cultivaban se desarrollaron más que los vecinos. Era un cultivo intensivo que con poca superficie permitía tener buenos ingresos”, asegura José Antonio Magadán, administrador de Sociedad Anónima Española de Fomento del Lúpulo, la empresa a la que venden su producción los agricultores leoneses, que tienen un 20% del accionariado.

Hace unos meses, el 80% restante, en manos de las cerveceras españolas, pasó a estar controlado por Hopsteiner, la multinacional estadounidense que lidera el mercado mundial del lúpulo. “Estamos investigando para traer nuevas variedades más competitivas al valle del Órbigo”, señala Magadán.

La nueva empresa ha modernizado la fábrica de Villanueva de Carrizo. Su logo destaca ahora en la fachada. Además de plantar lúpulo, González llegó a trabajar allí. Su familia siguió cosechando prácticamente hasta que él se jubiló. En su caso, no hay relevo generacional. Ahora tiene las tierras arrendadas a un labrador que cultiva maíz.

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Reconoce que no sabe por qué llegó el lúpulo a León. Magadán da la clave: la II Guerra Mundial cortó los suministros de lúpulo desde Alemania, gran productor, y el centro de Europa.

La política autárquica del régimen hizo el resto: en 1945 se creó una empresa participada por las cerveceras que, primero en Galicia y luego en León, introdujo el cultivo del que se convertiría en el oro verde del Órbigo.

 

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